Ataecina fue una diosa ctónica adorada por los antiguos íberos, lusitanos, carpetanos y celtíberos en la Península Ibérica. Fue una de las deidades ibéricas más importantes, ya que se le rindió culto prácticamente en toda la Península Ibérica antes y durante la ocupación romana, al menos en los tres primeros siglos del Principado. Era conocida por su apelativo Turobrigensis[1]. Era la diosa del renacer (la primavera), la fertilidad, la naturaleza, la Luna y la curación (en muchas inscripciones se le adjunta el sobrenombre servatrix, conservadora de la salud).
Nombres[]
Según la inscripción, su nombre puede aparecer de las siguientes maneras: Adecine, Adaecinae, Adaeginae, [A]deginae, Adegine, Addaecin(ae), Add[-]ina[e?], Ataecina, Ataecinae, Attaec[i]nae, [A]ttaegina(e), Atteginae, A[-]ecin[-] o [A-]ae[-]ina(e).[2]
Etimología[]
La etimología es discutida. D'Arbois de Jubainville y Vasconcelos atribuyen la palabra Ategena al celta, compuesta de dos elementos: el prefijo atere- y -gena "nacida", cuyo significado sería "renacida". Esto le lleva a considerar que Ataecina es una diosa de la tierra que renace en un ciclo anual,[1][2], diosa ctónica del Inframundo, dueña de todo lo que hay bajo el suelo y que por tanto, favorece la fertilidad de la tierra, siendo también por ello diosa de la fertilidad y del renacer vegetal, es decir, de la primavera. Esta teoría viene reforzada por las inscripciones de época romana encontrada en Mérida[2] en la que se la identifica, que no sincretiza, con la diosa Proserpina, quien habitaba en el Hades durante el invierno y volvía a la tierra para llevar la primavera.
Por otra parte, Steuding, Balmori, Albertos o Untermann defienden que se debe relacionar con el teónimo del irlandés antiguo adaig "noche", que sobrevivió en ese idioma a la palabra de origen indoeuropeo del que proviene el término latino nox.[2]
Simbolismo[]
El animal simbólico de Ataecina es la cabra y su árbol el ciprés (de marcado carácter funerario, no en vano la tradición de plantar cipreses en las necrópolis es de tradición mediterránea pre-cristiana, sobre todo latina).
Culto[]
El culto de Ataecina se extendió sobre todo en Lusitania y Bética; también había santuarios dedicados a Ataecina en Elvas (Portugal) y Mérida y Cáceres en España, además de otras localidades cerca del Guadiana. Fue una de las principales deidades adoradas en Myrtilis (actualmente Mértola, Portugal), Pax Julia (Beja, Portugal) y especialmente en la ciudad de Turobriga, cuya localización precisa no es conocida. Es conocida por diversas inscripciones en los valles del Tajo y del Baetis (Guadalquivir), donde la asimilaron a la diosa romana Proserpina: ATAEGINA TURIBRIGENSIS PROSERPINA. Existen actualmente y, según Juan Manual Abascal, 36 inscripciones seguras acerca de Ataecina, la mayoría de las cuales se encuentran en Alcuéscar (Cáceres, Extremadura). También hay testimonios en Toledo y Cuenca y en Cerdeña, donde seguramente llegó el culto a Ataecina gracias a soldados mercenarios.
El culto a Ataecina se caracteriza por el levantamiento de altares y el uso de pequeños exvotos que bien podían tener forma de cabritas o bien podían ser cilindros en los que se tallaba un rostro de grandes ojos redondos combinados con otras formas geométricas que conformaban los rasgos de la cara. En las inscripciones se pide tanto su bendición como maldiciones, que podían ir desde una enfermedad ligera hasta la muerte. También se le pedía la curación de diversas dolencias.
El centro del culto se encontraba en la ciudad de Turóbriga[1], la cual no se sabe si pertenecía a la Bética o a Lusitania, dando lugar a la posibilidad incluso de que existieran dos ciudades con ese nombre. También se ha pensado que más que una ciudad, pudiera tratarse de un lugar sagrado junto al cual se realizarían los ritos, y dado que es una zona de encuentro de varias tribus (vetones, lusitanos y celtici), quizá también sirviera de punto de encuentro y pactos entre las mismas. Junto a algunas lápidas se han encontrado huellas de patas de cabra, por lo que seguramente se sacrificarían estos animales para ofrecérselos a la diosa.
Se trataba de una diosa local, pero debido a los movimientos de población, debido por ejemplo a la concesión de lotes de tierra a los veteranos romanos, se dispersó su culto. Sin embargo, y sin que contradiga lo dicho, pudo tener tres centros de culto en Santa Lucía del Trampal, en la Dehesa Zafrilla de Malpartida de Cáceres y en la Dehesa El Palacio (Herguijüela).[1]
Es curioso destacar que muchos de los yacimientos en los que se han encontrado inscripciones y objetos dedicados a Ataecina se encuentren cerca de explotaciones mineras de hierro y estaño. Esto refuerza el carácter de diosa del Inframundo de Ataecina, ya que en varias mitologías, el dios del Inframundo es poseedor también de los metales y minerales ocultos en las entrañas de la tierra. Un ejemplo sería el dios griego Hades.
Fuentes[]
Referencias[]
- ↑ 1,0 1,1 1,2 1,3 Olivares Pedreño, Juan Carlos (2002). «Las diosas de lusitania», Real Academia de la Historia (ed.). Los dioses de la hispania céltica (en español), pp. 247-248. ISBN 8495983001, 9788495983008. Consultado el 29 de julio de 2015.
- ↑ 2,0 2,1 2,2 2,3 Luján Martínez, Eugenio Ramón (1998). «La diosa Ataecina y el nombre de la noche en antiguo irlandés» (en español). EMERITA LXVI (2): pp. 291-306.
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