
La Carreta Bruja o Carreta Chillona es un espectro perteneciente a la mitología salvadoreña.
Su nombre se origina precisamente del chillido que hacen sus llantas de madera cuando camina; también dicen que a veces se escuchan cadenas o huesos que se arrastran cuando pasa y que primero se escucha antes de verla llegar. Algunos dicen cuando pasa la tierra se estremece y otros comentan que quien se atreve a mirarla amanece muerto al siguiente día.
Descripción y modus operandi[]
Esta Carreta se le apareció a una mujer chismosa llamada Cirinla. Era una carreta del tamaño normal sin bueyes, pero en las puntas de los palos que componían el estacado llevaba una calavera humana con grotesca mueca de sonrisa. La carga de la carreta consistía en un promontorio de cadáveres decapitados y ensangrentados que se retorcían como tentáculos de mil pulpos. Los arrieros, en vez de cabeza tenían un manojo de zacate mal amarrado, en la mano izquierda aseguraban una filuda cuma y en la mano derecha un enorme azote negro, danzaban como si bailaran sobre brazas calientes, y con risas infernal, hacían estallar latigazos que sonaban como furiosos rayos sobre las carnes de aquellos cuerpos; Tras ella avanzaban seres extraños con cabeza calva y plana, sin nariz y rostro muy arrugado, con tremendo hocico desdentado, gritaban los nombres de todas las personas del pueblo que eran mentirosas, falsas e hipócritas. Y mientras decía los nombres, los chicotazos sonaban como estampidos de balazos en los lomos desnudos de los cuerpos torturados.
Era tal la curiosidad de Cirinla que cuando escuchó el ruido de la Carreta Bruja salió de su casa a verla y su espanto fue tan grande que al día siguiente amaneció muerta encima de un charco de su propia sangre de curiosa, chismosa, revoltosa, criticona y juzgona. Y desde entonces la Carreta Bruja ya no se escuchaba rodar sobre el suelo empedrado de las calles del apacible pueblecito.
Otra versión dice que la carreta es conducida por un difunto sin cabeza. Sea lo que sea lo mejor es no arriesgarse a verla, ya que las consecuencias podrían ser graves para quien lo intente. A la media noche sale desde el cementerio de los pueblos, a recorrer sus calles con las almas en pena y mencionando los nombres de las personas que son mentirosas, falsas e hipócritas, como haciendo una advertencia de que ese podría ser su destino algún día si no cambian.
Origen de la leyenda[]
Cuenta la historia que muchos años después de que llegaron los españoles a nuestras tierras, vino un hombre llamado Terencio Pérez; el cual era educado por el cura Fray Antolín Oviedo que le enseñaba algunas cosas de aquí. Al morir el cura, Terencio se trasladó a otro pueblo donde había un conocido del cura. Este otro personaje era un boticario que tenía una especie de farmacia y le enseñó cómo curar enfermedades. En cierta ocasión Terencio conoció a un indígena llamado Juan Tepa, y del cual se hizo amigo con el propósito de que el indio le diera muchos secretos sobre plantas que curaban enfermedades y luego aplicarlas para ganar dinero y enriquecerse con ese conocimiento. Desde entonces se cambió el nombre y decidió llamarse Don Terencio Pérez de la Trocadera, para que su nombre pareciera aún mejor y más de clase. El español sacó provecho de esos conocimientos y se hizo rico curando de enfermedades a los españoles (sin que ellos supieran que todo eso lo había aprendido de los indios salvadoreños), a tal punto de que en un momento una peste afectó a los indios y Terencio Pérez de la Trocadera se negó a ayudarles, porque no podían pagar y porque no quería que los españoles se dieran cuenta que era amigo de los indios. Una noche se le apareció el fantasma de Fray Antolín para decirle que ya no tenía parte en este mundo, ya que muchas personas habían muerto por su culpa y porque lo que había aprendido no lo había usado para ayudar a la gente. Ahí mandó a Terencio a construir una carreta de huesos, de los huesos de quienes habían muerto por su culpa, le dijo que iba a ser un alma errante que buscaría por siempre un cementerio donde enterrar a aquellos que no había querido ayudar. Desde entonces jamás lo volvieron a ver.
Fuente[]
- Melara Méndez, Efraín. Mitología Cuzcatleca o Los cuentos de mi infancia y otros.